La paradoja de Continuum

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Estos días estoy siguiendo la segunda temporada de Continuum, una serie de ciencia-ficción canadiense que mezcla un futuro distópico con el viaje en el tiempo. Ya la primera temporada no suscitó demasiado interés, injustamente en mi opinión, y en esta han tenido que ajustar la trama para darle mayor continuidad a la historia y, previsiblemente, finalizarla totalmente.

La historia cuenta como en un futuro no demasiado lejano, en unos 60 años más o menos, la democracia parlamentaria ha sido sustituida por el gobierno corporativo de las empresas, fundamentado en el derecho que les otorga la propiedad de la tecnología, necesaria para mantener el orden. Todo está supeditado a la preeminencia de la tecnología como herramienta para asegurar la supervivencia humana, al precio que sea, incluso a costa de la libertad.

Y la paradoja está en que el argumento juega con los sentimientos y valores del espectador. De mano te identificas con el personaje protagonista, la policía del futuro que persigue a los terroristas violentos que pretenden restaurar la democracia. Precisamente porque te sitúas en el lado contrario a la violencia.

Pero no puedes dejar de darle vueltas al asunto, intentando discernir si realmente no estás cayendo en la trampa de los guionistas, y finalmente incluso la protagonista abrirá los ojos a una realidad bien distinta.

Son este tipo de historias que caminan sobre el filo de la navaja las que más me hacen disfrutar, del mismo modo que lo que más me interesa en la Historia son esas épocas de cambios en las que los valores dan un vuelco y la sociedad se transforma en algo completamente distinto.

Siempre me he preguntado qué pasaría por la cabeza de un romano viviendo en la caída del Imperio. Seguramente en el futuro se interesarán por los pensamientos de un ciudadano ante el 11S, quizá inmerso sin darse cuenta en un proceso de cambios radicales. Creo que esta serie va un poco de eso también, y por ello me atrae independientemente de su calidad fílmica.